El fenómeno de la corrupción: Una
aproximación a los enfoques y su magnitud en el Perú.
Por.
Lindon Vela Meléndez
La
corrupción es un fenómeno complejo y multidimensional, por lo tanto su abordaje
requiere de la profundidad necesaria para poder comprenderla y trazar una
estrategia eficaz de combatirla. En el presente ensayo se realiza una primera
aproximación a este fenómeno, que en el caso del Perú está en la cima de su
ciclo de percepción producto de los últimos audios y destapes en las más altas
esferas de la administración de la justicia, aunque histórica y
estructuralmente es un fenómeno omnipresente.
Reconociendo la importancia de la
palabra como expresión de los recursos que
las diversas culturas
usan para llamar a las cosas, se considera que ella (la palabra) no es arbitraria, pues
esconde la historia, el recorrido, la manera de ver el mundo de una sociedad.
De ahí que sean fundamentales para entender la realidad. Las palabras que
usamos dan cuenta también de cómo somos, de nuestra manera particular y colectiva de ver el mundo, pues son el testimonio de nuestra
historia y de cómo esa historia se ha ido articulando a lo largo de
generaciones con otras historias y otras realidades. En ese contexto es pertinente empezar
su abordaje desde la etimología de la palabra corrupción.
De acuerdo con (Moreno, 2009) :
La corrupción no es
un fenómeno de los tiempos modernos, aunque es posible que en los últimos años,
con la eclosión de las comunicaciones electrónicas, se haya tornado más
evidente. Los romanos ya empleaban el adverbio corrupte; Cicerón decía judicare
corrupte para aludir a la forma en que ejercían su función algunos
magistrados. Corruptum era en latín el participio pasado del verbo corrumpere
(arruinar, echar a perder). Plauto y Cicerón llamaban corruptor –oris a
aquel que cometía el delito de soborno o el de cohecho, es decir, aceptar
sobornos, y también al que violaba a alguna de las vírgenes vestales. Todas estas palabras se derivaban
del verbo latino rumpo, rumpere (romper, violar, transgredir),
emparentado morfológicamente con el sánscrito ropayati, del mismo
significado, y se derivan del indoeuropeo reup- (arrebatar, arrancar algo de las manos de alguien).
Luego
de revisar los aportes de la explicación etimológica se puede decir que la raíz
latina rumpo encierra el sentido de
acontecimiento que provoca la ruptura de un proceso normal, de algo establecido
ya sea por la naturaleza, o por el hombre en sociedad. “En el contexto del
orden temporal, se habla de interrupción;
en el espacial, de irrupción; pero
siempre subyace la idea del corte de un proceso normal. También la corrupción
implica un corte, un desvío, del orden establecido” (Malet V, pág. 195) . Esto debería ser
excepcional al influir una persona sobre otra provocando una transformación
interna, por lo tanto aquí se incorpora un elemento moral – individual.
La
revisión etimológica de la palabra corrupción permite entonces conceptualizar a
la misma como la acción de cambiar la naturaleza de una cosa, interrumpir un
proceso normal, pervirtiéndola, como ocurre cuando las instituciones se desvían del fin para el cual están
socialmente legitimadas.
Sobre
moral de los individuos el aporte filosófico de Inmanuel Kant es fundamental,
al respecto (Flores Vega & Espejel Mena, 2007, pág. 44) manifiestan.
En sus escritos de filosofía
política de Kant hay dos tipos de políticos: el político moral y el moralista
político. El primero hace suyo los preceptos de la moral para sus actuaciones
públicas, lo cual permite promover la transparencia en los asuntos públicos y
personales. El segundo, considera a la moral como mera retórica y carente de
validez, lo que permite auspiciar la corrupción por manejarse en secreto en los
asuntos públicos y personales. El “imperativo categórico”, como principio formal de
la moral, dicta una línea
adecuada para que se cumpla el deber, y esto es actuar con transparencia y en
contra de la corrupción en los asuntos públicos. La transparencia la respaldan
dos principios, cuyo afán es actuar con pretensión de justicia, el moralista
político nunca los respeta por su elogio hacia el pragmatismo. El político
moral elogia la transparencia y el moralista político la corrupción.
Luego
de haber definido la corrupción desde el análisis etimológico que encierra el devenir de su proceso histórico en la
riqueza de la palabra como expresión
cultural y al mismo tiempo de haber analizado el principio filosófico más
profundo del aporte kantiano respecto al imperativo categórico, es necesario
reconocer que el análisis de este fenómeno ubicuo en las zonas menos
desarrolladas del mundo ha sido soslayado recurrentemente, tal como lo señala (Quiroz, 2018) “tildándola como
constante cultural o legado institucional inevitable. El descuido y el
escepticismo han obviado, pues, evidencias históricas útiles para reinterpretar
las batallas reformistas a menudo solitarias, libradas contra las nocivas
prácticas corruptas”.
La
denominación de constante cultural o legado inevitable no es casual puesto que
obedece a una forma de concebir al fenómeno de la corrupción es decir no existe
un consenso al respecto pues de la revisión exhaustiva del estado del arte se
puede identificar más de un enfoque.
Por
ejemplo una postura relativista histórico – antropológica asume que ciertas
constantes culturales hacen que el fenómeno de la corrupción sea un hecho común
y aceptado en las sociedades en desarrollo y admiten que los sistemas políticos
pre modernos pueden admitir dosis de corrupción como lubricante para funcionar
y brindar un grado de estabilidad y posicionamiento a grupos emergentes.
Entonces desde la posición culturalista tal como los señala (Quiroz, 2018) “la corrupción está determinada
culturalmente y la cultura por sí sola podría explicar las diferencias en los
niveles de corrupción existentes alrededor del mundo … por lo tanto se debe
emprender el cambio cultural, ciertamente más difícil y controversial que las
reformas institucionales urgentes”.
La
escuela neoliberal considera a la corrupción como una de las manifestaciones de
los mercados negros originados por el exceso de intervencionismo
estatal. Así, cuanto más intervenga el Estado, más reglamente y más
fomente la invasión de las burocracias, más riesgos hay de que se den
procedimientos y mercados paralelos, que constituyen el origen de los
comportamientos delictivos.
También
existen análisis desde la perspectiva marxista tendiente a asociar el
capitalismo con la corrupción, esta perspectiva ofrece importantes aportes pero
con muchas generalizaciones que se constituyen como armas políticas e
ideológicas contra un sistema hegemónico en supremacía cuya clase dirigente se
ha enriquecido aun a costa de su deslegitimación aprovechando la apatía
ciudadana, pero que tampoco aporta explicaciones de este fenómeno en regímenes
socialistas y revolucionarios donde el fenómeno no está ausente.
Finalmente
existe un enfoque que aporta un marco analítico institucional que permite
evaluar el fenómeno de la corrupción a gran escala y sistemática dando cuenta
de la ausencia o inestabilidad de las normas que fomentan el desarrollo, que
reducen los costos de transacción, que promueven la transparencia y el
empoderamiento ciudadano. Este escenario es favorable a las conductas
oportunistas conocidos como free rider
behavior conocido también como el
“problema del polizón” se produce en situaciones en las que una persona obtiene
una “externalidad positiva” de las acciones de otros, es decir, un beneficio
por el que no se sacrificó, así como comportamientos despóticos. A demás e línea con (Quiroz, 2018) “de las teorías sobre grupos de presión
o de interés ayudan a explicar las actividades concertadas de las redes de
intereses creadas que buscan trato preferencial, el estancamiento institucional
y la paralización de reformas” de esta manera se forman redes de corrupción que
compiten por la captura del Estado o influirlo en sus distintas ramas y así
beneficiarse con la corruptela y las ganancias monopolistas.
Habiendo
analizado los diversos enfoques con los que se aborda el fenómeno de la
corrupción es preciso mencionar que en el presente ensayo se adopta la posición
del cuerpo analítico institucional para a partir de ello comprender la magnitud
del fenómeno en la historia, los tiempos actuales y su prospectiva.
En
el aspecto histórico en el Perú el fenómeno está documentado con mucha
precisión desde la época colonial para lo cual felizmente existe un aporte muy
importante de Antonio de Ulloa quien fue nombrado en 1757 para un puesto
estratégico en el poblado minero de Huancavelica desde 1758 denunció las
corruptelas de autoridades codiciosas y reales de Hacienda, mineros y
comerciantes que causaban daño a la corona española y a sus súbditos. Los
abusos más relevantes comenzaron con el cobro de tributos a los indios por
parte de los corregidores el flujo de ingresos del tributo indígena brindaba
oportunidades para la malversación. En ese contexto se puede afirmar que uno de
los primeros personajes en alzar su voz y emprender una acción concreta contra
la corrupción fue Juan Santos Atahualpa en 1742. Posteriormente en la década de
1690 también según (Quiroz, 2018) se destaca un hito importante que
corrobora una práctica venal ya que al menos dos Virreyes uno del Perú y otro
de México compraron sus altos puestos mediante contratos lo cual dio inicio a
esta tradición de venalidad (venta de oficios y puestos) situación que se
mantiene hasta ahora de manera más sofisticada.
Este
breve análisis histórico nos demuestra que la corrupción es un fenómeno que ha
transitado en la línea del tiempo de nuestro Perú ampliándose en modalidades y
especialización nefasta para nuestra sociedad.
Hoy
se puede afirmar que la corrupción no solo nos acompaña históricamente sino que
está diseminada como una metástasis en todas las instituciones y lo más
preocupante hasta se ha incorporado inconscientemente en el intelectual
colectivo de manera cuasi natural, es decir el daño causado es generacional. La
Corrupción entendida de esta manera entonces es sistémica y persistente y tiene
ciclos orgánicos en el tiempo que no necesariamente coincide con ciclos de la
corrupción percibida como pareciera justo ahora, es decir aparentemente estamos
en la cima del ciclo los cual se ha evidenciado con los destapes de las
comunicaciones telefónicas en el corrupto sistema de justicia. En realidad la
corrupción sistémica con la que convivimos tal vez es mucho peor que nuestra
percepción hoy exasperada con la coyuntura.
Por
otro lado es necesario reconocer que los costos de la corrupción no sólo se relacionan
con las coimas, los sobornos, las
sobrevaloraciones las cuales serían los costos directos, sino que existen
costos indirectos como el incremento y facilitación de la redes de contrabando,
informalidad, mercados negros, narcotráfico, expulsión o retirada de la
inversión extranjera directa, entre otros; pero el costo mayor está en la
pérdida de confianza de la ciudadanía en nuestro sistema, en el daño
generacional que se genera cuando nuestros hijos ven que no se logra el éxito
con el sacrificio sino con la argolla, con el tráfico de influencia, etc.
Hoy
más que nunca es momento acciones concretas para poner freno a este mal porque además
de las enormes pérdidas económicas, a herido de muerte la legitimidad del orden
democrático y ha destruido la gobernabilidad del sistema entendida esta como la
capacidad del poder político para conducir las políticas públicas para lograr
bienestar de nuestra sociedad.
Desde
otro punto de vista y en línea con (Lerner, 2018) , la corrupción atenta contra la
gobernabilidad al hacer que las acciones del Estado resulten costosas e
ineficaces. La corrupción es la causa de la dilapidación de los recursos
públicos. Ella disminuye las posibilidades de que se satisfaga realmente alguna
necesidad de la población. Y además interfiere con los programas de gobierno
razonables, si los hay, al desviarlos para priorizar acciones que den ocasión
al lucro ilegal. La proliferación de obras públicas innecesarias y sobrevaluadas
en nuestro país debería relevarnos de mayor explicación al respecto.
Entonces
se puede afirmar que precisamente esta corrupción sistémica - estructural se
asienta en el abuso de poder, se
fortalece con la impunidad y se
consolida con una débil participación
ciudadana. Esta ecuación genera una red
de complicidades y colusiones, la que hoy desvirtúa integralmente al Estado, incluso
al mismo mercado y la sociedad. La lucha efectiva para combatir la corrupción
exige mucho más que sacar las “manzanas podridas” de la “canasta social”.
En
línea con (Sandoval, 2016) este análisis subraya tres elementos
fundamentales de las gobernanzas disfuncionales: a) la dominación social
sustentada en un diferencial de poder estructural, en la que predomina el abuso
de poder, sin distingo de si ello proviene del ámbito público o privado; b) la
impunidad de las más altas esferas del poder, particularmente la que
corresponde al sector privado cuando actores no estatales se hacen cargo de
áreas o funciones asignadas al sector público, y c) la exclusión social o la
expropiación de la voz ciudadana que genera un profundo distanciamiento entre
la sociedad y sus representantes. Estos tres elementos se reflejan a su vez en
una cancelación de facto del acceso al poder, el acceso a la justicia y el
acceso a la representación, lo cual mina directamente la democracia y explica
la génesis de un “doble fraude” que implica tanto facetas
financiero-estructurales como político-electorales. Este “doble fraude” ha
obstaculizado el desarrollo de estructuras estatales justas y sustentables.
Finalmente
se puede afirmar categóricamente que el Perú no soporta autorreformas del
sistema corrupto para el sistema corrupto, el shock necesariamente tiene que venir de afuera, de la ciudadanía
organizada, de la academia de la mano con la sociedad la que sustenta su
existencia, de las organizaciones políticas no tradicionales y de los mejores
cuadros de los partidos tradicionales y ello requiere reformas estructurales
que necesariamente pasaran por cambios en nuestra carta magna ya desfasada e
insuficiente para atacar la corrupción que ha mutado y es inmune a los
mecanismos de nuestra actual constitución.
Bibliografía
Flores Vega, M., & Espejel Mena, J. (2007). Corrupción y
transparencia: una aproximación. (U. A. México, Ed.) Espacios Públicos,
44-63. Obtenido de http://www.redalyc.org/pdf/676/67602104.pdf
Lerner, S. (13 de Abril de 2018). Corrupción y democracia. La
República. Recuperado el 2018, de
https://larepublica.pe/politica/1226058-democracia-y-corrupcion
Malet V, M. (s.f.). La corrupción y su alcance. 195.
Obtenido de revista.fder.edu.uy/index.php/rfd/article/download/96/101/
Moreno, R. (19 de Agosto de 2009). Don Justiniano:
Etimología de la Palabra corrupción. México, Chihuahua, México. Obtenido de
https://rancholasvoces.blogspot.com/search?q=etimolog%C3%ADa+corrupci%C3%B3n
Quiroz, A. (2018). Historia de la Corrupción en el Perú.
Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
Sandoval, B. I. (2016). Enfoque de la corrupción
estructural: Poder, impunidad y voz ciudadana. Revista mexicana de
sociología. Obtenido de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032016000100119
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