Panorama general
El grado de integración e interdependencia económicas del mundo de hoy no tiene precedentes, por lo que la economía globalizada no puede funcionar en beneficio de todos sin la solidaridad y la cooperación internacionales. Esto ha quedado claro en la crisis financiera y económica mundial desencadenada por el derrumbe de varias instituciones financieras grandes y ha puesto de relieve la necesidad de concebir nuevas formas de colaboración mundial. El G-20, que se ha convertido en un importante foro para la cooperación económica internacional, logró coordinar una respuesta política inmediata a la crisis, o "Gran Recesión" como se la conoce ahora. En una primera etapa, los principales bancos centrales adoptaron, de forma coordinada, medidas de política monetaria expansiva y la mayor parte de los miembros del G-20 pusieron en marcha grandes planes de estímulo fiscal y programas de ayuda de emergencia a fin de restablecer la estabilidad financiera. Gracias a los efectos combinados de estas medidas se detuvo la caída libre de la economía y los responsables de las políticas económicas se anotaron un primer triunfo importante en la lucha contra la crisis. Sin embargo, a pesar de intensos debates, apenas se ha avanzado en cuestiones importantes que también interesaban al G-20, como la regulación financiera para, entre otras cosas, hacer frente a los problemas relacionados con la "financiarización" de los mercados de muchos productos básicos y, sobre todo, la reforma del sistema monetario internacional, para reducir los movimientos de capitales volátiles a corto plazo, impulsados principalmente por la especulación cambiaria.
Al mismo tiempo, la economía mundial entró en una nueva fase de fragilidad porque no se logró un crecimiento autosostenido basado en el gasto privado y el empleo, especialmente en los países desarrollados. Muchos de esos países han reorientado su política fiscal, abandonando los planes de estímulo y optando por la reducción del gasto público, lo cual podría provocar un estancamiento prolongado, o incluso una contracción, de su economía. Habida cuenta del estancamiento del empleo y los salarios en los Estados Unidos, Europa y el Japón, estos países deberían seguir adoptando políticas de reactivación económica en vez de tratar de "recuperar la confianza de los mercados financieros" con recortes prematuros del gasto público. El principal riesgo global es que los salarios y los ingresos de las masas no aumenten lo suficiente para alimentar un crecimiento sostenible y globalmente equilibrado, basado en la demanda interna. Esto significa que el riesgo de que aumente la inflación a consecuencia de una subida de los precios de los productos básicos es muy pequeño. Solo unos cuantos países caracterizados por un fuerte crecimiento económico y una dinámica de aumento excesivo de los salarios se exponen a riesgos inflacionarios.
El repunte de los precios de los productos básicos ha contribuido a que los países en desarrollo sigan creciendo, pero esos precios son sumamente inestables, pues están sujetos a la fuerte influencia de las actividades especulativas de los agentes del mercado, que obedecen a consideraciones puramente financieras. Aunque en varios países en desarrollo grandes hoy en día el crecimiento depende más de factores internos que de las exportaciones, sigue siendo vulnerable a los reveses que se registren en el sistema financiero internacional. Estos países están expuestos a movimientos de capital a corto plazo, que suelen presionar al alza sus monedas y por lo tanto perjudican al sector exportador. Así pues, los países en desarrollo corren el riesgo de sufrir efectos negativos considerables y deberían procurar mantener la estabilidad de las condiciones macroeconómicas internas y protegerse de las perturbaciones externas. Conforme vayan avanzando con éxito hacia el desarrollo, es preciso que hagan oír más su voz en el debate mundial sobre un nuevo ordenamiento del sistema monetario y financiero internacional.
La economía mundial sigue luchando para recuperarse de la peor recesión registrada desde la Gran Depresión. Con políticas anticíclicas valientes y coordinadas a nivel mundial se logró evitar in extremis un descalabro económico. Sin embargo, las autoridades responsables no pueden perder esta oportunidad de llevar a cabo una profunda reorientación de las políticas y las instituciones económicas.
Una regulación estricta del sector financiero, a fin de orientarlo más hacia la inversión en capital fijo, es indispensable para dar mayor estabilidad a la economía mundial y ponerla de nuevo en la vía del crecimiento sostenible. Para ello se requiere una mayor coherencia entre el sistema de comercio multilateral y el sistema monetario internacional. A nivel nacional y regional, hay razones de peso para reorientar la política fiscal teniendo en cuenta los imperativos de la situación macroeconómica general en vez de centrarse exclusivamente en equilibrar presupuestos o alcanzar objetivos rígidos de reducción del déficit público. Ahora bien, a menos que se invierta la tendencia actual a una disminución de los ingresos previstos de los hogares medios, y se opte de nuevo por políticas que fomenten el aumento de los ingresos colectivos para impulsar un desarrollo sostenible y equilibrado en los países ricos y los países pobres por igual, todos los demás intentos de reactivar el crecimiento serán vanos.
Para acceder al informe (inglés), haga click en la imagen de arriba o en el siguiente enlace: http://www.unctad.org/en/docs/tdr2011_en.pdf
Panorama general (español): http://www.unctad.org/sp/docs/tdr2011overview_sp.pdf
Fuente e imágenes: ONU - UNCTAD
El grado de integración e interdependencia económicas del mundo de hoy no tiene precedentes, por lo que la economía globalizada no puede funcionar en beneficio de todos sin la solidaridad y la cooperación internacionales. Esto ha quedado claro en la crisis financiera y económica mundial desencadenada por el derrumbe de varias instituciones financieras grandes y ha puesto de relieve la necesidad de concebir nuevas formas de colaboración mundial. El G-20, que se ha convertido en un importante foro para la cooperación económica internacional, logró coordinar una respuesta política inmediata a la crisis, o "Gran Recesión" como se la conoce ahora. En una primera etapa, los principales bancos centrales adoptaron, de forma coordinada, medidas de política monetaria expansiva y la mayor parte de los miembros del G-20 pusieron en marcha grandes planes de estímulo fiscal y programas de ayuda de emergencia a fin de restablecer la estabilidad financiera. Gracias a los efectos combinados de estas medidas se detuvo la caída libre de la economía y los responsables de las políticas económicas se anotaron un primer triunfo importante en la lucha contra la crisis. Sin embargo, a pesar de intensos debates, apenas se ha avanzado en cuestiones importantes que también interesaban al G-20, como la regulación financiera para, entre otras cosas, hacer frente a los problemas relacionados con la "financiarización" de los mercados de muchos productos básicos y, sobre todo, la reforma del sistema monetario internacional, para reducir los movimientos de capitales volátiles a corto plazo, impulsados principalmente por la especulación cambiaria.
Al mismo tiempo, la economía mundial entró en una nueva fase de fragilidad porque no se logró un crecimiento autosostenido basado en el gasto privado y el empleo, especialmente en los países desarrollados. Muchos de esos países han reorientado su política fiscal, abandonando los planes de estímulo y optando por la reducción del gasto público, lo cual podría provocar un estancamiento prolongado, o incluso una contracción, de su economía. Habida cuenta del estancamiento del empleo y los salarios en los Estados Unidos, Europa y el Japón, estos países deberían seguir adoptando políticas de reactivación económica en vez de tratar de "recuperar la confianza de los mercados financieros" con recortes prematuros del gasto público. El principal riesgo global es que los salarios y los ingresos de las masas no aumenten lo suficiente para alimentar un crecimiento sostenible y globalmente equilibrado, basado en la demanda interna. Esto significa que el riesgo de que aumente la inflación a consecuencia de una subida de los precios de los productos básicos es muy pequeño. Solo unos cuantos países caracterizados por un fuerte crecimiento económico y una dinámica de aumento excesivo de los salarios se exponen a riesgos inflacionarios.
El repunte de los precios de los productos básicos ha contribuido a que los países en desarrollo sigan creciendo, pero esos precios son sumamente inestables, pues están sujetos a la fuerte influencia de las actividades especulativas de los agentes del mercado, que obedecen a consideraciones puramente financieras. Aunque en varios países en desarrollo grandes hoy en día el crecimiento depende más de factores internos que de las exportaciones, sigue siendo vulnerable a los reveses que se registren en el sistema financiero internacional. Estos países están expuestos a movimientos de capital a corto plazo, que suelen presionar al alza sus monedas y por lo tanto perjudican al sector exportador. Así pues, los países en desarrollo corren el riesgo de sufrir efectos negativos considerables y deberían procurar mantener la estabilidad de las condiciones macroeconómicas internas y protegerse de las perturbaciones externas. Conforme vayan avanzando con éxito hacia el desarrollo, es preciso que hagan oír más su voz en el debate mundial sobre un nuevo ordenamiento del sistema monetario y financiero internacional.
La economía mundial sigue luchando para recuperarse de la peor recesión registrada desde la Gran Depresión. Con políticas anticíclicas valientes y coordinadas a nivel mundial se logró evitar in extremis un descalabro económico. Sin embargo, las autoridades responsables no pueden perder esta oportunidad de llevar a cabo una profunda reorientación de las políticas y las instituciones económicas.
Una regulación estricta del sector financiero, a fin de orientarlo más hacia la inversión en capital fijo, es indispensable para dar mayor estabilidad a la economía mundial y ponerla de nuevo en la vía del crecimiento sostenible. Para ello se requiere una mayor coherencia entre el sistema de comercio multilateral y el sistema monetario internacional. A nivel nacional y regional, hay razones de peso para reorientar la política fiscal teniendo en cuenta los imperativos de la situación macroeconómica general en vez de centrarse exclusivamente en equilibrar presupuestos o alcanzar objetivos rígidos de reducción del déficit público. Ahora bien, a menos que se invierta la tendencia actual a una disminución de los ingresos previstos de los hogares medios, y se opte de nuevo por políticas que fomenten el aumento de los ingresos colectivos para impulsar un desarrollo sostenible y equilibrado en los países ricos y los países pobres por igual, todos los demás intentos de reactivar el crecimiento serán vanos.
Para acceder al informe (inglés), haga click en la imagen de arriba o en el siguiente enlace: http://www.unctad.org/en/docs/tdr2011_en.pdf
Panorama general (español): http://www.unctad.org/sp/docs/tdr2011overview_sp.pdf
Fuente e imágenes: ONU - UNCTAD
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